Ulises se disponía volver a Ítaca. Fueron a buscar al profeta ciego Tiresias, que les indicó el camino de vuelta a casa. Éste les avisó que no se acercaran a la isla de Trinaeria ni que tocaran las vacas del dios Sol.
Ulises se encaminó, y les advirtió a sus hombres de los peligros que encontrarían; el primero serían las sirenas, cuyas voces melodiosas atraían a los marinos. La isla estaba cubierta de cadáveres de hombres que escuchaban sus voces y caían en la trampa.
Para que no les ocurriera lo mismo, Ulises tapó los oídos de la tripulación con cera y ordenó que le ataran al mástil. Pasado eso, vieron una nube de humo negro y se acercaron a la isla de Escila. Escila es un monstruo de doce patas y seis cabezas. Junto a esta isla se situaba el Caribdis, que era un remolino que absorbía las aguas y luego las lanzaba hacia arriba. Pasando por aquel estrecho, oyó a unos cuantos hombres de su tripulación gritar. Escila se los había comido.
Ahora se aproximaban a la isla de Trinacria. El profeta ciego les advirtió de que no pasaran por ahí, pero su tripulación insistían quedarse allí. Ulises accedió pasar allí una noche, con la condición de que no tocaran las vacas del dios Sol. Esa misma noche hubo tormenta y se tuvieron que quedar un mes en aquella isla. La comida se les acabó, y la tripulación se comió las vacas.
Se fueron de la isla cuando la tormenta amainó. Pero pronto se juntaron nubes y se encontraron en medio de una tempestad. Una gran ola rompió el casco del barco. Ulises fue el único superviviente.
Ató el mástil a la quilla con una soga, y empezó a remar, pero el mar le arrastraba al Caribdis. Se agarró a una rama al pasar junto al acantilado. Nueve días después las olas le arrastraron a la isla de Ogigia donde la ninfa Calipso le rescató. Calipso se negó a dejarle marchar y estuvo ocho años en aquella isla con Calipso, hasta que los dioses ordenaron que le dejara libre. Construyó un bote en el que navegó durante diecisiete días.
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